A algunos de vosotros no os pasará desapercibida la aparente contracción del título de este artículo. Sin embargo, si algo ha de caracterizar el buen trabajo terapeútico es precisamente esto: ayudar al paciente a que deje de estar instalado en su rol de paciente y sea capaz de autosostenerse.
El peligro del terapeuta radica en no dejar que esta consecución se haga efectiva. Es decir, el terapeuta no quiere abandonar su rol de ayudador eterno del paciente. Esto puede ocurrir por varios motivos:
El propio terapeuta puede tener conflictos no resueltos inconscientes que lo anclen en ese rol de ayudador. Es decir, el terapeuta incoscientemente busca en la propia terapia aquello que él necesita, y no tanto lo que necesita el paciente.
A veces, lo que necesita el terapeuta es el reconocimiento; o el demostrar “lo bueno” que es en su trabajo; o lo bueno que es él como persona por dedicarse a ayudar a otros. En otras ocasiones lo que buscará inconscientemente es sentirse fuerte o poderoso, precisamente por su falta de seguridad en sí mismo.
Puede ser también que el terapeuta necesite vincularse con personas que él perciba dependientes de él; debido a que este rol de ayudar a otros ha sido para él su modo de supervivencia desde muy pequeño.
También puede ocurrir que una persona tenga deseo de controlar a otras. Este deseo de control puede no ser reconocido por la propia persona, de tal modo que queda sublimado en la elección y ejercicio de una profesión asistencial, como puede ser la medicina, la psicología o la enseñanza; profesiones que de algún él percibe que pueden legitimarle para ejercer dicho control.
Otro peligro evidente es la de ofrecer al paciente la ayuda que el propio terapeuta le gustaría recibir para sí mismo. En estos casos suele darse el mecanismo de la proyección*, del cual hemos hablado en alguna ocasión, en el que otorgamos al paciente rasgos o necesidades que en realidad son nuestras.
Por todo lo señalado, es muy importante, sino fundamental, el compromiso de todo terapeuta respecto a su propia salud. Un terapeuta que no ha pasado previamente por un proceso de terapia como paciente, tomando conciencia de los rasgos de su propia neurosis, difícilmente podrá establecer una relación terapeuta-paciente saludable, difícilmente podrá tomar conciencia de estas pequeñas trampas en las que los terapeutas podemos caer en el ejercicio de nuestra profesión.