Hoy día se ha podido comprobar de manera científica que la meditación es mucho más que un medio para tranquilizarnos. Entre sus beneficios, además de la consabida disminución del estrés, encontramos otras que sorprenderán a más de uno:

Por otro lado, enfocar la atención influye de manera positiva en la percepción que tenemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.

Teniendo en cuenta que la infancia es la etapa vital en la que el cerebro se desarrolla de mayor manera,  y que las diversas investigaciones de la Neurociencia han descubierto que el cerebro se moldea en función de sus experiencias, estaremos de acuerdo en que meditar en la infancia hará que los niños crezcan más sanos y felices.

Una de las ideas erróneas respecto a la meditación, es la de creer que se necesitan años de práctica para empezar a ver resultados profundos. Varias investigaciones apuntan lo contrario. Por ejemplo: en Carolina del norte, Zeidan trabajó con 63 estudiantes universitarios. Los dividió en dos grupos. A ambos grupos les pasó una prueba de capacidad cognitiva. Luego, durante cuatro días, uno de esos grupos hizo prácticas de meditación durante veinte minutos diarios, mientras que el otro grupo no lo hizo.

Tras sólo cuatro días, se comprobó que los jóvenes que habían meditado estaban más alegres, y obtuvieron puntuaciones más altas en la prueba que medía  su capacidad cognitiva.

Otra investigación ha sacado “fotografías” del cerebro antes y después de meditar durante dos meses, y se ha comprobado cómo se han producido cambios en áreas relacionadas con la memoria, la autoconciencia, el estrés y la compasión.

Por último, nos gustaría dejaros una estructura muy básica de una meditación para que, tanto niños como adultos, os animéis a practicarla:

¿Os animáis a contarnos vuestras experiencias al respecto?