He contado varias veces esta anécdota (por llamarla de algún modo). Al día siguiente de nacer mi hijo, mientras lo tenía en mis brazos en la habitación del hospital, entró una limpiadora y me dijo en un tono entre cómico y ricriminatorio: «eso, eso, tú acostúmbralo a los brazos, que luego es la madre la que tiene que bregar con él».
Supuse que ella consideraba que lo saludable era que lo dejara en la cuna. Porque sí.
Varias cosas se me pasaron entonces por la cabeza:
1. «¿cuántos abrazos habría recibido aquella mujer a lo largo de su vida?» Yo suspuse que no los suficientes, o no los que ella deseaba.
2. La cegera de la sociedad, que es capaz de ver en un simple abrazo paterno el germen de terribles problemas familiares, y cómo esta cegera se transmite a través de presiones, a veces de familiares que tratan de ayudar con toda su buena voluntad; otras veces de desconocidos casuales.
3. El papel del padre, que se presume pasivo respecto al cuidado del bebé, que no sabe lo que hace, que no tendrá que «bregar» con su hijo porque eso es cosa de la madre.
No hay que ser un experto para ser un buen padre. No hay que estudiar. Desde mi punto de vista bastan con un par de cosas o tres.
– Tener sentido común, dejarme escuchar mis necesidades como padre y escuchar las necesidades de mi hijo.
– No atender a presiones, ritos o modas que traten de presionarme respecto al cuidado de mi hijo y que son poco naturales al putno que incluso pueden hacerme sufrir (y al niño también, claro) (dejar al niño llorar solo en una habitación, por ejemplo, es de las más difundidas).
– Disfrutar.